4.1 Pragmatismo o purismo, esa es la cuestión

4.1 Pragmatismo o purismo, esa es la cuestión

Capítulo publicado el 16/5/2022 por Enric Caumons Gou (@caumons)
  • 8 min de lectura

El pragmatismo es la preferencia por lo práctico o útil. Sin embargo, el purismo es una tendencia a defender el mantenimiento de una doctrina, una práctica, una costumbre, etc., en toda su pureza, sin admitir cambios ni concesiones.

A lo largo de mi vida me he encontrado con personas firmemente defensoras de los dos polos completamente opuestos. Según mi opinión, los extremos no suelen ser buenos y encontrar puntos intermedios nos puede beneficiar. Con los años he aprendido que no todo es blanco o negro, sino que hay una gama de grises muy amplia (aunque, a veces, hasta demasiado).

Odio cuando la gente hace chapuzas, a sabiendas de lo que está haciendo, con la excusa de que «funciona». Por otro lado, también odio cuando hay una solución obvia a un problema, pero que rompe el «purismo» definido por alguien y en su lugar se quiere implementar una alternativa innecesariamente más compleja y/o costosa.

Entonces, ¿qué es lo que prefiero? Lo que realmente me gusta es lo que llamo el «pragmatismo elegante», que consiste en una mezcla entre el pragmatismo y el purismo. Por regla general, soy partidario de hacer las cosas lo mejor posible y, en consecuencia, los que me conocen me dicen que soy muy perfeccionista y muy exigente. Como me gusta ser coherente, lo aplico tanto a los demás como a mí mismo. Esto definiría mi lado más «purista».

Por el contrario, también me gusta que todo lo que haga tenga un propósito, una razón de ser y no hacer las cosas «porque sí», es decir, tienen que cumplir con un objetivo. Básicamente, excluyendo las obligaciones, estos propósitos se podrían clasificar en cuatro grandes categorías: resolver un problema, satisfacer una necesidad, facilitarme la vida o satisfacción personal.

Si no resuelve ningún problema, no satisface ninguna necesidad, me complica la vida y no me aportada nada, entonces evidentemente no pierdo el tiempo ni en planteármelo. Por el contrario, si cumple las cuatro condiciones, hago lo posible para hacerlo porque sé que va a ser algo positivo. Si solo cumple alguna de las condiciones, pero no todas, entonces evalúo si las que cumple son más beneficiosas que las que no y actúo en consecuencia.

Explicado de este modo, puede parecer algo egocéntrico, pero no tiene por qué ser así en absoluto, ya que dentro de la condición de «satisfacción personal», se puede incluir perfectamente la satisfacción obtenida al ayudar a los demás. Por ejemplo, acompañar a alguien a un sitio puede no resolverme ningún problema ni cubrirme ninguna necesidad, e incluso me puede complicar la vida, pero la satisfacción obtenida por el mero hecho de ayudar puede superar con creces las otras tres condiciones.

Volviendo al ámbito más estrictamente profesional, cuando tengo que tomar una decisión, en primer lugar, me planteo cómo lo haría de forma elegante (purista). Si lo veo factible, entonces lo hago de esa forma, pero si no lo veo factible porque no dispongo de los recursos, tiempo y/o dinero, entonces me planteo cuál sería una solución práctica (pragmática). Si la solución práctica me convence y no es una chapuza que pueda dar problemas, entonces puede ser una buena opción, pero si por el contrario se trata de una chapuza, entonces «lo levanto». Es decir, escalo la incidencia a quien corresponda e informo de la situación y las posibles opciones. Si hay la posibilidad de llegar a un compromiso entre la opción más elegante y la más pragmática, apuesto por ella. Pero si, por el contrario, no queda más remedio que hacer una chapuza para salir del paso, en ese caso al menos se ha informado, se ha deliberado y ha quedado constancia del motivo o los motivos que han llevado a ello. Aunque, personalmente, detesto que este tipo de «soluciones» se conviertan en algo eternamente provisional.

El resumen de todo esto es que, según mi punto de vista, hay que intentar hacer las cosas bien, a pesar de que no siempre es posible hacerlas «de la mejor forma». En esos casos, dentro de las opciones más pragmáticas, es mejor elegir la más elegante y no conformarse con cualquier cosa. Sin embargo, las personas estrictamente puristas no aceptarían como válida una opción pragmática que se saliese de las buenas prácticas porque para ellos son leyes inquebrantables.

Llegados a este punto, me gustaría citar el Zen de Python que, entre otros principios, dice: «Los casos especiales no son lo suficientemente especiales como para romper las reglas. Sin embargo, la practicidad le gana a la pureza».

Done is better than perfect

Este título significa literalmente «Hecho es mejor que perfecto». ¿Cuántas veces no hemos hecho algo porque no lo considerábamos perfecto? A mí me ha pasado en múltiples ocasiones.

Si eres una persona con una mente muy analítica y muy purista puede que descartes muchas ideas o proyectos porque no los consideres suficientemente buenos. Sin embargo, puede que otra persona que no sea tan escrupulosa lo haga y le funcione, aunque no sea «perfecto». Dicho con otras palabras, cuando uno piensa demasiado, a veces pierde la oportunidad.

A menudo vivimos preocupados e incluso paralizados por problemas que en muchas ocasiones no llegarán a ocurrir fuera de nuestra mente o no serán tan graves como nos habíamos imaginado. Si nos ceñimos estrictamente al ámbito tecnológico, podemos encontrar un ejemplo muy claro en los casos en los que se hacen grandes y costosas inversiones para sobredimensionar la infraestructura hasta que pueda soportar la carga de miles de usuarios concurrentes cuando todavía nadie conoce el servicio. Tranquilo, si se da el caso, no estarás solo porque se supone que habrás crecido lo suficiente como para contratar a más personal. Así pues, no debemos quedarnos estancados dando vueltas antes de tiempo a cuestiones posibles, pero poco probables; aunque, por supuesto, esto tampoco significa que nos lo tomemos todo a la ligera. Por lo tanto, empieza por el principio, no adelantes acontecimientos que te limiten y evita la parálisis por el análisis.

El concepto «perfecto» también tiene su componente subjetivo porque lo que para una persona es perfecto, a otra puede no gustarle simplemente debido a que el color o el olor le traigan malos recuerdos de alguien, de algo o de algún lugar. Además, lo que ahora puedes considerar perfecto puede que no lo sea cuando lo vuelvas a analizar. Los motivos pueden ser muy variados, por ejemplo: quizás tus circunstancias sean distintas, hayas cambiado de forma de pensar con el paso del tiempo, dispongas de nuevos medios o conocimientos que te permitan optar a algo aún mejor, o bien hayas descubierto nuevas cosas, alternativas o formas de proceder, que podrían mejorar lo que ya era «perfecto».

Si las compañías que venden productos o servicios y nos los ofrecen como la solución perfecta realmente creyesen que sus soluciones son perfectas, entonces no tendrían por qué ofrecer nuevas versiones mejoradas constantemente porque cada nueva versión invalidaría la supuesta perfección de su predecesora. Con lo cual, la perfección además de ser subjetiva no es eterna, ya que todo evoluciona y lo que hoy es lo mejor, mañana puede que ya esté obsoleto.

En ocasiones, la búsqueda de la excelencia puede suponer un sobrecoste o un sobreesfuerzo inasumible o injustificado. Por este motivo, es importante saber establecer límites, ya que, al fin y al cabo, todo es mejorable. Así pues, la moraleja sería (como ya he dicho) hacerlo lo mejor posible, pero hacerlo. Y recuerda que «lo mejor es enemigo de lo bueno».

Vísteme despacio que tengo prisa

Seguro que habrás escuchado esta expresión en más de una ocasión y es que las prisas no suelen ser buenas compañeras para hacer bien las cosas. A menudo, cuando las cosas van mal y necesitamos salir del atolladero, cualquier opción nos sirve, sin importarnos lo más mínimo en ese momento si las decisiones que estamos adoptando nos van a suponer un problema aún mayor en un futuro, quizás no muy lejano.

En las situaciones en modo pánico, se suele dejar aparcado el purismo para pasar a un pragmatismo desesperado, en el cual se requieren resultados inmediatos, sin importar cómo se consiguen. No es que esto sea malo en caso de necesidad, lo malo es dejar el parche de forma indefinida cuando ya se ha estabilizado la situación. Es decir, si se han tenido que tomar medidas desesperadas, lo que es de esperar es que a posteriori, una vez pasada la tormenta, se analice lo que ha sucedido, por qué ha pasado y cómo prevenir que no vuelva a ocurrir. Además, hay que estudiar las medidas adoptadas y modificarlas en caso de ser necesario para que sean una solución definitiva y no se conviertan en una chapuza más. Dicho con otras palabras, una vez solucionada la crisis, hay que establecer los mecanismos pertinentes para evitar que se vuelva a repetir la incidencia y, en el caso de que esto no sea posible, definir las medidas que ayuden a reducir los riesgos y minimizar las consecuencias.

Principio de Pareto o la regla del 80-20

El Principio de Pareto dice formalmente que «en cualquier población que contribuye a un efecto común, es una proporción pequeña la que contribuye a la mayor parte del efecto». O lo que es lo mismo: el grupo minoritario (formado por un 20 % del total) se reparte el 80 % de algo y el grupo mayoritario (formado por el 80 %) se reparte el 20 % restante. Estas cifras son arbitrarias y pueden variar según el caso, sin embargo, son realmente útiles y un buen punto de partida.

Si quieres aumentar tu productividad, entonces el Principio de Pareto es una navaja suiza que siempre te puede ir bien. Desde una visión pragmática, te vas a centrar en conseguir ese 80 % y dejarás el 20 % restante para el final porque ese 20 % restante te puede acarrear el 80 % del trabajo, ¿lo pillas?

Dicho de otra forma, la idea es centrarse en identificar y llevar a cabo el 20 % del trabajo que va a producir el 80 % del efecto deseado porque según la regla del 80-20, este 20 % del resultado pendiente se va a conseguir con el 80 % del trabajo. De hecho, cuando estaba en la universidad, nos decían que el 20 % del código es el que se ejecuta el 80 % de las veces. Por lo tanto, si eres capaz de identificarlo has triunfado porque podrás centrarte en lo realmente importante y tener un prototipo para conseguir un producto mínimo viable mucho más rápido, concretamente un 80 %.

Seguramente te ha pasado alguna vez que has desarrollado algo en un corto periodo de tiempo y has dejado «los detalles» para el final. Cuando llega la hora de acabar esos detalles, realmente te das cuenta de que no se terminan nunca. Inviertes más tiempo en estos «detalles» que desarrollando la funcionalidad principal, que es lo que te interesa.

Para terminar este apartado, me gustaría decirte que no solo lo aplico al trabajo, sino que al final lo acabo aplicando también en mi vida diaria, es como una especie de filosofía Pareto para la vida, donde todo se acaba reduciendo a dos números mágicos.

Ley de Parkinson

La Ley de Parkinson dice que «el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine». En otras palabras, si no establecemos límites temporales a las tareas, estas se alargarán hasta ocupar todo el espacio de tiempo disponible. Por ejemplo, si tenemos que hacer la compra, pero no establecemos un tiempo máximo, podemos emplear toda la mañana para realizar esta tarea, mientras que, si establecemos un límite de dos horas como máximo, entonces seremos mucho más productivos porque iremos al grano, no nos entretendremos con tanta facilidad y no perderemos el tiempo con cualquier distracción. Otro ejemplo claro son las reuniones interminables cuando no se establece un tiempo máximo de duración, ¿te resultan familiares?

La Ley de Parkinson es el complemento perfecto del Principio de Pareto para aumentar la productividad, ya que de este modo pondremos nuestra atención (nos enfocaremos) en las tareas más importantes y además acotaremos los tiempos para evitar la tendencia a que se eternicen.

De hecho, en ocasiones me cronometro para controlar el tiempo que tardo en realizar ciertas tareas. De esta manera, soy más consciente de lo que hago, cómo lo hago y, en consecuencia, puedo mejorar mi productividad estableciendo límites temporales más acotados de forma progresiva. Evidentemente, tampoco hay que obsesionarse e ir estresado todo el día, pero algo tan sencillo como esto te puede ayudar a darte cuenta de las actividades en las que inviertes más tiempo de lo debido y evitar las situaciones en las que pensamos cosas como: me ha pasado la mañana sin darme cuenta y no he hecho nada de provecho, ¿cómo puede ser?

En definitiva, hay que centrarse en ser productivo en vez de mantenerse ocupado con tareas triviales que nos ocupen demasiado tiempo. Por supuesto, esto no significa que tengamos que estar trabajando todo el rato, sino todo lo contrario. En muchas ocasiones, si somos capaces de hacer las tareas en menos tiempo, podremos generar más tiempo libre para poder hacer lo que realmente queremos.

Por último, me gustaría terminar este capítulo con una frase de Tony Robbins: «La mayoría de las personas sobrestiman lo que pueden lograr en un año y subestiman lo que pueden lograr en una década». Así pues, prioriza bien, acota los tiempos y pasa a la acción.

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